la historia y los fantasmas,
antiguas piedras,
la precisa tala del invierno:
el tronco homicida del silencio.
Hablaban de la tez morada,
cómo despierta el surco sumergido
en el rocío.
A cualquier hora el beso es un
legado del amor,
el discípulo fiel que ansía
desbordar su cauce.
Y sabían esos mismos viejos de la
culebra
que recorrió sus cuerpos sin
ninguna explicación.
La dejaban correr. Era un veneno
ardiendo,
la emboscada propiciatoria del
galope desbocado.
Una tinta taladrando los papeles
de la carne.